Cine: Algunas reflexiones sobre un director muy particular
- María Julieta Escayola
- 19 jun 2016
- 5 Min. de lectura
Zulawski y la dimensión del exceso
Hace poco se hizo más conocido que nunca porque este año, en la ceremonia de los Oscar, se omitió su nombre en el segmento in memoriam a raíz de su reciente fallecimiento. El revuelo y la polémica causada por su olvido, situación que pasó exactamente con el cineasta Jaques Rivette, hizo que las nuevas generaciones y los adeptos al blockbuster (léase cine pochoclero) comenzaran a fijar sus ojos en este realizador. De todas maneras estuvo bien que así fuera y que en EEUU no se lo homenajeara porque, el propio director en vida y fiel a su estilo, no hizo una sola de sus películas en ese país. Pero como consecuencia de su muerte y posterior ausencia en los mencionados premios, se valió varios artículos en la prensa y hasta un ciclo de cuatro de sus principales películas en la TV pública de acá. Y sí, ya sabemos que hay que morirse para reivindicar la imagen.
Hace tiempo lo venimos siguiendo, no es de ahora nomas. Pero no podemos recomendarlo porque no sabemos el impacto que puede causar en los espectadores. Nos encanta, nos hace temblar. Nos da pavor pero admiramos el genio febril de este dotado de personalidad y de estilo inclasificable y propio.
Andrzej Zulawski fue un director de cine que se adueñó del mismo. Un cine que, para aquellos que gustan de las etiquetas, es under. Un cine dentro del arte, pleno de amplias lecturas, un cine para pensar y un cine para degustar con los ojos y con el vientre. Un cine visceral. Pero a la vez también un cine depravado, vomitivo, desfachatado, desaforado, que no se pone a pensar en lo políticamente correcto sino que expresa todo lo que le viene a la mente. No es un cine hecho para el espectador. Lo ha hecho sólo para él. Da para la catarsis y para la reflexión, pero también para la explosión de sentimientos y para hablar durante las dos semanas posteriores a ver una de sus películas.

Definitivamente admiramos su estilo. Para aquellos que consideran el cine mero entretenimiento y sólo eso, aquellos que lanzan la lapidaria frase de que “para las amarguras está la vida” les sugerimos que deberán abstenerse de ver siquiera una sola de sus escenas.
Para aquellos otros que sí les gusta el séptimo arte e intentan ver de todo un poco, pero por razones de sensibilidad y emocionalidad les afectan algunos filmes, también les sugerimos no ver sus películas.
Ni tampoco para el estudiante de cine (porque no va a encontrar pautas ni reglas a tener en cuenta a la hora de filmar).
Tampoco, y mucho menos, va para los que ven cine- arte por pose, porque definitivamente no van a entender ni jota de lo que estén apreciando en la pantalla.
Pero para esos otros que miran “de todo”: los arriesgados, los temerarios de la pantalla, los que aún sin entender mucho se hipnotizan, los que ansían el cine más que un buen plato de milanesas a caballo, para el que deja otros compromisos para sólo ver pelis, para los mal nombrados freaks, para los discriminados por el mundo y etiquetados como raros, para el que consume películas por vaya a saber qué placer extraño y con un paladar sugestivo: este es el Cine.
Zulawski nació el 22 de noviembre de 1940 en el territorio de lo que hoy es Ucrania, pero en su momento era Polonia. Sus películas nunca pasaron inadvertidas. Polémicas y extrañas, adoradas y despreciadas, siempre daban que hablar.
El joven Andrzej, a fines de la década de 1950 comenzó a estudiar cine. Más tarde trabajó para su compatriota Andrzej Wajda y filmó dos cortos. Su primer largometraje, “La tercera parte de la noche” (1971), la adaptación al cine de una de las novelas escritas por su propio padre, Miroslaw, ya tendría problemas de censura por parte del régimen comunista polaco, a pesar de narrar las peripecias de un hombre durante la ocupación nazi en Polonia.

Su segunda película se prohibió por sus imágenes violentas y su estilo de narración. En 1972 salió a la luz “Diabel”, haciendo una revisión muy particular de la historia de Polonia al contar la invasión prusiana a esas tierras.

A partir de ahora filmaría en Francia para tener menos problemas. Allí vendría su obra cumbre: “Lo importante es amar” (1975), que llevaba al estrellato definitivo a Romy Schneider, su protagonista, actriz vapuleada en la vida y en el trabajo, pero consagrada con el premio César en el festival de Cannes de ese año y catapultada por la crítica. Aquí comenzaría a relatar lo que sería una obsesión en todas sus obras: la del triángulo amoroso, decadente, opresivo, angustiante, pero necesario. Narrado con destreza y agudeza, pero con un sentimiento de desazón desde el primer minuto.

Ya en 1981 aparecería su obra más difundida: “Possession”, o también llamada “Una mujer poseída”, que también la llevaría a la ovación a la francesa Isabelle Adjani. Mezcla de terror y crítica social, con componentes realistas y a la vez místicos, la historia de un amor en declive desencadenaría la locura y la posesión infernal de una mujer hasta el paroxismo.

En 1984 Valerie Kapriski actuaría en “La mujer pública” y también su performance sería aclamada internacionalmente al interpretar a una joven que se va dejando llevar por su trabajo, convocada con segundas intenciones, y su vida personal se va desmoronando, al punto de confundir su labor actoral con su realidad. Otra vez el triángulo amoroso aquí presente.

En 1985 la adaptación de "El idiota" de Dostoievsky, una versión muy, muy libre, imágenes dinámicas hasta el punto en que cuesta seguir el hilo y un estilo desenfadado, daría por resultado “El amor bravo”, protagonizado por quien sería su compañera por 19 años y que a partir de ese momento lo seguiría en todos sus proyectos y locuras: la actriz Sophie Marceau (¿la tienen? se haría archiconocida por interpretar a la reina en “Corazón valiente”).

En 1988 finalmente podría terminar la película que había comenzado, la habían prohibido, le habían secuestrado material y lo habían quemado, la había vuelto a comenzar, le habían dificultado su producción y finalmente habría de salir a la luz: “El globo plateado”, reflexión sobre lo humano desde lo filosófico y metafísico.

En 1989 daría forma a la ópera filmada “Boris Godunov”, y ese mismo año saldría “Mis noches son más bellas que tus días”, como queriendo anticipar su propio final, aquel final que vendría años más tarde.


En 1991 volvería a la locura dándole vida a los últimos días de Chopin con George Sand en “La nota azul” y describiendo cómo sería un día en la vida de estos dos artistas y otros más.

Para 1996 haría “Szamanka”, con deliberados tintes fantásticos, y en 2000 se consagraría con “La fidelidad”. Esta película merece párrafo aparte porque a nuestro extraño paladar ya mencionado, la consideramos la mejor de sus fervientes creaciones.


Finalmente, y como corolario a una vida más que ajetreada y una producción más que inquietante, estrenó en 2015 “Cosmos”, adaptación de la novela del polaco Witold Grombowicz (candidato al premio Nobel de Literatura) y dando razones para seguir plasmando sus rasgos filosóficos y antropológicos por sobre los realistas.

El pasado 17 de febrero falleció en Varsovia, y con él se llevó un sinfín de personajes grotescos, incomprendidos y brutales. Personajes que en cierta forma encierran aquella oscuridad a la que le tememos y con la que no queremos identificarnos. Siempre está bueno hacerse el rebelde, siempre garpa, pero no garpa precisamente esta rebeldía a la que se refería Zulawski.
Volveremos más adelante con este director muy particular y su mundo de hiper intensidad. El cine que se extralimita es nuestro preferido, y este reúne todas las condiciones. SDA
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