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Letras: La secuela del sueño

  • María Élida Vila
  • 16 oct 2016
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 6 mar 2022

La secuela del sueño


MARÍA ÉLIDA VILA

El sueño de la noche se le escurrió por las pestañas.

Sólo quedó un tenue fulgor adherido al lagrimal.

Supo que era algo especial porque la habitación tenía un color a melocotón maduro.

Se preguntó porqué no lo recordaba como a los demás. Se escapó por los pasillos de la memoria y se perdió en la luz de la realidad antes que pudiera saborearlo.

¡Ese perfume a durazno!

Todavía no se iba. Flotaba en el aire y se deshacía como un panadero del diente de león que crecía bajo la ventana.

Sintió pena.

Necesitaba algo dulce que le alimentara el alma.

Tuvo ganas de vestirse de hermosa. De maquillarse de mujer bella. De ponerse unas gotas de Chanel.

¡Ese sueño…!

¿Sería el día que el universo le tenía destinado para recobrar la felicidad?

Estaba opaca como la jarra de peltre que deshojaba las flores que compró hacía una semana.

¿Dónde se fue el brillo de los ojos? ¿Y la boca? Era un rictus melancólico en su cara lavada.

Tenía que sepultar esa tristeza. Despejar el camino de recuerdos.

Quizá, allá afuera, estuviera el comienzo de una nueva vida.



Salió con esa actitud. El sol aportó su porción de energía. El leve viento de la mañana jugó a propósito con su pelo porque quería ser cómplice de esta recuperación.

Ella tenía ganas de encontrarlo y mostrarle lo linda que estaba sin él.

Estuviera donde estuviera llegaría a saber que ya no le importaba.

Todavía sentía el aroma a fruta en sazón. Es cierto que pasaba delante de una verdulería, pero prefería creer que era una secuela del sueño.

- ¡Presumido! ¡Todo porque es el hombre más seductor del mundo! ¡Va a sufrir! ¡Como yo!- susurraba.

Y como estaba pensando en positivo, aunque más no fuera una excusa para la venganza, ese deseo viajó hasta el hombre y lo atrajo como un hilo de pesca con su anzuelo.

Apareció con expresión de arrepentido y aunque no había reconocido el delito, se instaló la mejor sonrisa de niño lindo y buscó las palabras que hicieran creíble su dolor.

Lo dejó hablar, explicar, pedir perdón, suplicar por una reconciliación, adular su belleza, reclamar su derecho a ser amado.

Y cuando se agotó el caudal de palabras azucaradas y las moscas ya comenzaban a rondarle, cuando los ojos se encontraron, esperó anhelante la respuesta que daba por segura y el beso final.

Ella recordó que tuvo un sueño que le auguraba algo bueno.

Lo miró, al borde de la indiferencia.

Y él se estremeció con esa mirada alada, cuyo trazo casi no dejaba huella, tan etérea que no decía nada, pero lo suficiente para matar su dicha. SDA


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