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Letras: "Un premio"

Un premio


MARÍA CRISTINA TOBARES


Llegué al café de la avenida, saludé a las jóvenes que conocía. Subí las escaleras al segundo piso. Allí lo encontré, solo. Me vio llegar y dijo –Si hubiese un premio, te lo daría- sin moverse de la silla. Yo ya cerca de él, besé su mejilla. De pronto, la memoria se trastocó, pero no dijiste el porqué del premio. Mi alma se quedó esperando sin decir nada, ni pedir un beso de tus labios, y que levantásemos vuelo perdiendo la lógica cordura (entre profesor-alumna). Sí, un interminable contacto con el que descubrir un nuevo planeta. Un misterioso planeta, el tuyo, solitario habitante, me atrajo desde tu voz de locutor que se introdujo en la mente sin pedir permiso. Un beso de miles de sueños, con las bocas tímidas y rozar la piel de nuestras manos. Y después…


Llegaron los compañeros al café. La conversación se derivó en un laberinto de sucesos. Y exponer cuál había sido nuestra experiencia a la hora de escribir. Era tan extraño, pero algo me distinguía de todos ellos. Hacía la tarea. Trazaba en el papel blanco, un cuento en primera persona, un conflicto y un final.


Se prolongaron las citas, coincidencia de miradas largas, cargadas de entendimiento, sin prospecto para la próxima, sin anclas. Tan sólo estaban allí atrapados en un tiempo sin reloj. Mauro la invitó a salir una noche. Como en una época ya antigua un sábado a tomar algo en un pub que él conocía. Ella aceptó. Aceptó encontrarse con él, en la calle. Él llego en un taxi y se marcharon.


Llegaron a un bar llamado “EL GATO”, una banda tocando música lenta. Para hablarse tuvieron que acercar sus labios a sus oídos. El bullicio se aplacó y la sed llegó acalorada, desprendiéndose los abrigos que quedaron con sus mangas tristes por el abandono, cuando se desplomaron en el piso. Fue un instante en el que intentaron mantener el equilibrio, pero los nervios anudados en la corona de sus cabezas se desató con el primer sorbo de ron y cola que bebieron.


Alicia posó sobre la mesa sus manos blancas y pequeñas hasta sentir en su palma las manos de hombre, que abarcaron su planeta más pequeño. En ebullición los volcanes del deseo pujaron en sendas partes pudendas. Ella tomó la mano de Mauro y abriendo su blusa la colocó en su pecho derecho. Los dedos largos se quedaron quietos para disfrutar de esa, su piel sedosa y tan caliente. Entonces se encontraron los labios abiertos, devorando el aire que se disipó entre sus cuerpos ardientes. Luego bailaron apretando sus cuerpos, el hechizo los marcó. Mauro fue toda parsimonia y deleite, como quien saborea el café o el último cigarrillo. Ella dejó que la bebiera; se sintió parte de esa fortaleza hermosa. Él observó por la mirilla de la puerta cerrada y con un soplido que descargó por ella, los miedos corrieron como humo a su escondite horrendo.


No, no eran jóvenes, sino dos adultos en sus plenas facultades. Sintiéndose en la media luz que Mauro encendió en el cuarto desconocido, extranjeros para una aventura siempre igual. O no? No, para ellos no, no era igual a otras que pasan sin pasajeros en el cuerpo. Alicia aferrada al cuerpo de Mauro, cuando él se enredó en todas sus curvas derramó besos como rocío; la frente, su boca, su cuello. Después... Se abalanzó como una niña a morder esos dedos que la habían hecho planear y quedar sin aire.


Mauro mordiendo el lóbulo de sus orejas, sus pechos frondosos, sus hondos orificios del placer y ponía a ronronear como gata complacida. Luego de tantas sensaciones poblando sus figuras entrelazadas, al volver a mirarse, casi no se reconocían. Cada cual disfrutó la paradoja de unir sus cuerpos, que luego los aparta y hecha de ese perfecto encastre a la luz hiriente de los ojos abiertos. Vuelve cada uno a su caja hermética. Cómo continúa el sueño…cómo…


Ambos se quedaron así, al desnudo y mirando, observando. Los inspiró un alboroto que los llamó desde más allá del deseo y del placer, del tenerse. Volvieron en un abrazo, las caricias derramándose como burbujas de jabón en la bañera que los acogió. El agua corrió por sus cabellos y su piel, las manos de Mauro sostuvieron la cabeza de Alicia mientras sus cuerpos saciados volvían a encenderse como luciérnagas, sin soltarse.


Después, todo es un después, ya distendidos, hablaron, reían, las manos sostenían las interminables caricias que en tiempo, modo y lugar jamás olvidarían. Porque la mente olvida, pero la piel guarda memoria indispensable de ese primer encuentro de amantes redimidos.


Las clases terminaron, así como sus encuentros. Sin embargo algo ocurría de a dos cuando en el camino solitario los hacía detenerse y recordar. Si recordar que ambos tenían su pareja, sus hijos, su familia. Esa que no se abandona, ni por placer, ni por una locura o un arrebato de amantes a la deriva. Así fue, conjuraron un cerrojo para su frenesí sexual y recordaron no traspasar los límites. Dos desaparecidos en la misma ciudad que caminan sólo en su dirección. Y fueron felices y devoraron perdices. O no? SDA

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