Música: Edith Piaf
- María Julieta Escayola
- 25 sept 2016
- 2 Min. de lectura
De gorriones y plegarias
Se ha escrito, se escribe y seguramente se escribirá mucho sobre Edith Piaf, aquella cantante francesa que sería la representación de su país y que se convertiría en ícono del buen cantar, de aquellas melodías más puras al acento francés. A eso debemos sumarle ese morboso vínculo que tanto nos fascina a los mortales: el estrellato con la cuota de padecimiento propio de una vida difícil y a la vez consagración única.
Es sabido (y no hay ninguna originalidad en escribirlo, pero de todos modos lo reiteramos) que la Piaf nació en Francia en 1915 y falleció en 1963, a la edad de 47 años, víctima de una cirrosis hepática causado por el exceso con el alcohol. Abandonada por sus padres (un acróbata y una artista ambulante), criada por prostitutas, débil de salud durante toda su vida pero fuerte de carácter, rústica, hosca, con una voz que viene del cielo de los elegidos, tuvo una hija que murió a los 3 años por meningitis y una lista de amores que fueron su perdición y su inspiración. Adicta a la morfina, su destino ¿fatídico? Sólo ha querido imprimir un sello perdurable para todas las generaciones, para que conozcamos su más famosa canción “La vie en rose” y la posterior adaptación de su vida al cine en la biopic del mismo nombre.
Con unos 13 éxitos musicales a cuestas, también fue la promotora de otros cantantes franceses, como Yves Montand, Charles Aznavour o Georges Moustaki.
Así fue el gorrión de París, como la bautizó la crítica. Su voz se extendió como esa plegaria que contagia al inicio del día y que estremece al escucharse. SDA
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