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Cine: "La pasión de Ana"

Algunas reflexiones sobre el padecimiento


Quizás Ingmar Bergman haya sido uno de los directores más prolíficos, serios y abstractos en la historia del cine. Sus obras retratarían temas límites como la muerte, la soledad, la vejez o los conflictos existenciales más profundos.


En esta propuesta, tan amarga como todas sus películas, el director sueco nos regala una historia cargada de desazón de la que nos quedará un gusto ácido. Bien hecho. Pero ácido al fin.


La cinta se difundió algunas veces con el nombre de “Pasión”, mientras que otras, como“La Pasión de Ana”. Lo cierto es que quienes padecen en la película son todos. No sólo Ana, su protagonista, aunque tal título nos permita centrar la atención en ella.


Sabido es que la palabra pasión viene de padecer. Hace referencia a aquello que uno desea mucho, pero se lo sufre. Así, el padecimiento impide, de alguna manera, la felicidad al punto en que se quiere lo que hace mal.


El argumento gira en torno a Andreas, un hombre que vive sólo en una isla y que tendrá su encuentro romántico pero triste, oportuno pero inevitable y necesario pero desesperanzador, con Ana, quien intenta superar la muerte de su marido y su hijo en un accidente de tránsito en que ella iba conduciendo.


Sólo el recurso del distanciamiento podrá alejarnos del relato descarnado del film, el que además nos proporcionará información valiosa sobre los personajes.


Las actuaciones, excelentes, nos muestran seres devastados psicológicamente, aplastados por la vida. Retorcidos, hacen una interpretación de la realidad un tanto compleja, ignorando o hasta eligiendo no ver que a veces, las cosas son más fáciles de lo que parece. Ellos no plantean nunca un futuro optimista, sino por el contrario, éste se nos otorga destructivo. Cabe destacar la performance de Max Von Sidow (“El exorcista”), que nos ofrece un personaje inexpresivo en apariencia, pero padeciente en muchos sentidos.


Es relevante la escena del pájaro que accidentalmente muere, como el claro símbolo de la libertad que, a partir de ese momento, desaparece en los protagonistas. Lo onírico también se hace presente para psicologizar la realidad y la importancia de la subjetividad en cuanto recurso artístico valorado.


Por momentos se nos torna desquiciante la sensación de depresión de la película en el más amplio sentido psiquiátrico. Y es acá justamente en que está la maestría de Bergman para provocarnos semejante desasosiego.


Ninguna escena tiene desperdicio y están filmadas con un claro propósito. Es bello el carácter elíptico del paso del tiempo. El clima intimista de la historia nos proporciona una atmósfera asfixiante. Los primeros planos se nos harán eternos con intención de incomodar.


Las historias serán contundentes: Accidentes, pérdidas, separaciones, soledad, suicidio, muerte, Dios. Todo condensado en un combo explosivo al espectador. Lo que Bergman nos quiere decir, en esta oportunidad, y tal como anticipamos, es que en ocasiones somos hacedores de una vida demasiado compleja, sin tener en cuenta que a veces, la misma vida es la que se encarga de hacerla difícil. Y por tanto, lo que cabe hacer, es simplificarla a más no poder. SDA

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