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Viajes: Misiones y la ruta de Horacio Quiroga

Misiones y la ruta de Horacio Quiroga

Fotografías: María Julieta Escayola


“Confieso tener antipatía a los cisnes blancos. Me han parecido siempre gansos griegos, pesados, patizambos y bastante malos. He visto morir el otro día uno en Palermo sin el menor trastorno poético. (…) Al fin estiró rígidas las uñas, bajó lentamente los párpados duros y murió. (…) ¡Qué hubiera dado por escuchar ese diálogo! Ella está absolutamente segura de que oyó eso y de que jamás volverá a hallar en hombre alguno la expresión con que él la miró.”

Horacio Quiroga

Del cuento “El canto del cisne” publicado en el libro de cuentos “El vampiro”, 1927

Para adentrarnos en la casa del escritor uruguayo Horacio Quiroga no tenemos más que ir por la ruta de la yerba mate. Que no es otra que la ruta del mismo HQ.

La tierra en colores. Verdes agudos de clorofila y rojos del hierro. Que es el mismo de la sangre. El olor a rocío húmedo de una tierra fértil y salvaje. La intransitable ruta de lo apasionante y de lo terrorífico (si uno desconoce los pormenores de la supervivencia). Del calor pegadizo pero anhelante.

Luego de 30 horas de viaje, llegamos hasta las entrañas y el vientre de donde nacieron los cuentos escalofriantes y angustiosos de HQ. Las dos casas, una al ladito de la otra.

La lejanía de la urbanidad nos indica que llegamos hasta la ciudad de San Ignacio, en la provincia de Misiones, República Argentina. A 61 km de Posadas, la capital, y a 243 km. de la fronteriza Puerto Iguazú, donde nos reciben las Cataratas.

En San Ignacio recorremos las ruinas jesuíticas del mismo nombre, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y sitio protegido que conserva las huellas de la transculturación.

A unas... ¿20 cuadras tal vez? (es muy difícil cuantificar nuestro recorrido de angostas calles de tierra) se encuentra un camino colorado. La viva imagen del contraste: la vibración de lo tropical y la distancia agreste de la civilización (o por lo menos como la conocemos). Los elementos singulares construyen una fotografía plena, eterna. Caminar por allí y ver de tanto en tanto los bultos de la marabunta, implica zambullirnos en los cuentos del narrador. Empatizar con él. Quedarnos un rato hipnotizados. Imaginar que somos uno de sus personajes.

Marabunta (migración masiva de hormigas letales)


De repente nos encontramos con una señora sentada que nos indica cómo entrar. Accedemos entonces por un pasadizo lleno de vegetación, un túnel en que vemos la luz al final. Y es así que llegamos a la propiedad de HQ.

Como si el tiempo no hubiera pasado, están ahí. Nos miran inmóviles. Las dos casas: la primera, una réplica exacta de la original que reconstruyeron a raíz de un incendio. La segunda, la auténtica. Las vamos recorriendo de a poquito, saboreándolas, absorbiendo el aire y tocando al tacto los utensilios en exhibición, como queriendo lograr una ósmosis de su genio creativo y poder llevarnos un poco de su alma.

Su bicicleta con motor

Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. Fue el maestro del cuento latinoamericano con ribetes de literatura de horror al estilo de Edgar Allan Poe y escribió para dejar al lector estupefacto. La naturaleza era descripta en sus escritos como una aliada por el contexto, pero también una enemiga.

Signado por las tragedias, digna vida cinematográfica, y agregando un poco de ese morbo que nos gusta de tanto en tanto, podemos decir que a Quiroga le tocó presenciar el suicidio de su padrastro y después fue él mismo que eligió la misma suerte, como también su primera mujer y sus tres hijos; que fue el causante de la terrible muerte accidental y penosa de su amigo Federico y que dos hermanos murieron de fiebre tifoidea en Chaco.

En oportunidad de acompañar al poeta Leopoldo Lugones a una expedición a las ruinas de San Ignacio Miní en calidad de fotógrafo, fue allí que se enamoró de la selva misionera. Con una de las facilidades que otorgaba el gobierno para explotar tierras compró una chacra a la orilla del Alto Paraná. Donde pisamos ahora. Allí comenzó la construcción de su casa para vivir con su esposa, Ana María Cirés y con su hija Eglé, nacida en 1911. Al año siguiente vendría Darío.

Réplica de la primera casa

Ya instalado, fue nombrado Juez de Paz de aquel pueblo y se caracterizó por anotar nacimientos y defunciones en trozos de papel y guardarlos en una lata.

Con su viudez a cuestas, volvió por un tiempo a Buenos Aires y se casó con María Elena Bravo. Fue en estas épocas en que nació su tercer hija: María Elena (Pitoca), y con ansias de selva, se fueron todos a Misiones y comenzó a crear (él mismo) la casa de piedra para darle comodidades a su nueva mujer.

Esta segunda tiene dormitorio, cocina y baño con vista al río de fondo. Pero María Elena no soportó este estilo de vida y volvió a Buenos Aires.

Segunda casa (original)

HQ se quedó solo pero no le importó demasiado. Escribió, y escribió... Hasta que enfermó y se trasladó a Buenos Aires a tratarse, donde falleció el 19 de febrero de 1936.


Mientras seguimos recorriendo esas piezas sencillas y muy personales, recordamos su obra: tan febril como su vida. Prolífica como el verde misionero. Narraciones desde lo más terrible de la naturaleza, tanto humana como del entorno. Podemos mencionar como consagraciones, "Cuentos de amor, de locura y de muerte" (Buenos Aires, 1917) en que el cuento "El almohadón de plumas" ha pasado a formar parte de la más selecta literatura de terror, "Cuentos de la selva" (Buenos Aires, 1918) y "Anaconda" (Buenos Aires, 1921).

También escribió verso, como "Los arrecifes de coral" (Montevideo, 1901) y la novela "Pasado amor" (Buenos Aires, 1929).

Asimismo, se dedicó a ser crítico de cine. El libro “Crítica y lenguaje del cine” (Editorial Losada) recopila sus análisis desde 1919 a 1929. Escribió también el guión de cine: “La jangada” que nunca llegó a filmarse.

Nos vamos de la casa de Horacio Quiroga con la convicción de haber podido compartir con él, con una diferencia de años, esa tierra tan adentro, que nos suena tan a tragedia griega pero que es argenta, tan hoscamente fascinante y tan hostilmente maravillosa. Como sus cuentos. SDA

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